Crítica de «Duna: parte dos»: secuela banal en arenas movedizas

En esta segunda parte de la adaptación de la novela de Frank Herbert, Villeneuve ofrece un espectáculo visual que se hunde en arenas movedizas.



Dune: Part Two


Las malas lenguas me cuentan que Duna: parte dos comenzó su desarrollo hace más de años, cuando la primera entrega salía airosa de la arena movediza y recaudó los millones necesarios para que los ejecutivos de Legendary Pictures y Warner Bros. se pusieran de acuerdo para producir la secuela, confiando en la visión del aclamado Denis Villeneuve para la segunda aventura por los desiertos de Arrakis. La clave para que se le diera luz verde fue la negociación a la que se llegó entre Villeneuve y el estudio para que se garantizara que su secuela tuviera una ventana exclusiva de exhibición en la que solo se mostraría en las salas de cine con una ventana de 45 días antes de su disponibilidad en los servicios de streaming. La decisión es una medida de seguridad para evitar repetir la polémica de Warner de lanzar la predecesora en un estreno simultáneo en cines y en plataformas durante el período pospandémico. Y tal parece que ha dado sus frutos porque, a día de hoy, ya se ha convertido en una de las más taquilleras del año y ha sido reverenciada a perpetuidad por una multitud de espectadores que la clasifican como una “obra maestra monumental” de ciencia-ficción, de esas que supuestamente marcan un antes y un después en el género.

La aclamación que ha recibido, incluyendo la gira promocional con fragancia a pasarela de moda, me pone a razonar lo suficiente como para pensar que el consumo de especias es ya algo habitual entre los fanáticos que son víctimas de un puritanismo ciego y se hacen pajas mentales con las novelas de Frank Herbert, porque, desafortunadamente, no consigo extraer ninguna emoción que me atrape en las casi tres horas de metraje. Tampoco creo que se trate de algo fuera de serie como dicen algunos para seguir la corriente. Pienso que es una película en la que Villeneuve entrega cierta solemnidad por el aspecto visual y sonoro, pero la tierra se traga su narrativa y escupe los residuos en la arena, dejando el terreno suspendido en una inercia de personajes superficiales que pasan un tiempo innecesariamente largo hablando de profecías y del poder la fe como acto de rebelión, donde apenas puedo contar con los dedos los miembros del reparto que se lucen. En cierto modo, arrastra las mismas fortalezas y debilidades de la predecesora en su afán de abarcar más de lo necesario en la travesía de Paul Atreides.


Timothée Chalamet como Paul Atreides. Fotograma de Warner Bros.

 

La trama arranca justo donde concluyó Duna: parte uno y sigue a Paul Atreides (Timothée Chalamet) en los días en que permanece escondido con su madre embarazada, Lady Jessica (Rebecca Ferguson), y es acogido en la etnia de los Fremen por el devoto Stilgar (Javier Bardem), mientras lentamente se gana la confianza de todos y es visto como aquel mesías de la profecía que vaticina la llegada de una madre y un hijo del "Mundo Exterior" que traerán prosperidad a Arrakis. Las escenas de coloquios muestran el proceso de madurez de Paul en sus días de entrenamiento para amaestrar gusanos de arena y la ética del liderazgo que asume en la manta del profeta para lograr su objetivo de vengarse contra la Casa Harkonnen, así como la relación que tiene con Chani (Zendaya), de la que se enamora perdidamente en medio del intercambio cultural que lo obliga a absorber las costumbres religiosas de los Fremen y a adoptar el nombre "Muad'Dib" para solidificar su nueva nacionalidad. Paralelamente a esto, se presenta la cacería de las tropas Harkonnen para asesinar a Paul, y las inquietudes a puerta cerrada de la princesa Irulan (Florence Pugh) que habla con su padre, el emperador Padishah Shaddam IV (Christophen Walken), para comunicarle la idea de que Paul está vivo.


Timothée Chalamet y Zendaya. Fotograma de Warner Bros.

 

En esta ocasión, Villeneuve ya no muestra a Paul solo como un sujeto afectado el golpe de Estado a la Casa Atraides y por las visiones del futuro que lo trasladan al sendero de las dudas para tomar las decisiones adecuadas en el presente, sino que opta por mostrarlo como un hombre determinado que manipula la fe de los Fremen y utiliza el poder que le prestan los creyentes que creen que él es el mesías con el propósito de ejecutar su plan de venganza sobre los Harkonnen para reestablecer el orden imperial de su familia. Además, se empeña en mostrar las tradiciones ancestrales y las idiosincrasias culturales de los pobladores pseudomusulmanes. Pero, desgraciadamente, se extiende innecesariamente porque su narración tropieza en la zona segura de los conflictos gratuitos que, por lo regular, mantiene a los personajes en un horizonte superficial que reduce sus acciones a conversaciones al aire libre sobre profecías apocalípticas y la religión organizada como la fuente de la liberación, de un pueblo oprimido por emperadores dictatoriales que expropian sus recursos naturales a cambio de una servidumbre voluntaria. En pocas palabras, se accidenta con un guion desarticulado y artificioso que deja muchas preguntas sin respuesta.


Javier Bardem como Stilgar.



Al igual que la antecesora, observo que uno de los mayores problemas de esta parte es su ritmo narrativo irregular y desequilibrado que se diluye sobre un mar de diálogos expositivos y subtramas innecesarias, convirtiendo la experiencia en una cosa poco gratificante que se debilita por la multiplicidad de personajes planos que intervienen en el conflicto central. La primera mitad de la película se siente apresurada y carente de brío en el tratamiento de los personajes. La segunda mitad se empuja tediosamente, con largas secuencias que tienen poco impacto en la trama. De esta manera, para mí no es muy difícil quedarme patitieso en escenas como la práctica en la que Paul monta un gusano de arena; el melodrama entre Paul y Chani que inicia cuando se enamoran un día cualquiera en el desierto; el acceso cultural con el que Paul aprende la lengua de los Fremen y respeta sus ceremonias religiosas; la intención de Paul de convencer a los Fremen del sur para establecer una alianza; las misiones secretas de los Fedaykin para atacar las operaciones de especias Harkonnen; los intentos fallidos de Rabban (Dave Bautista) para acabar con Paul por órdenes del barón Vladimir Harkonnen (Stellan Skarsgård). La fórmula del conjunto se siente previsible y la acción carece de gancho por su axioma convencional.


Timothée Chalamet y Josh Brolin


 
En términos generales, no hay espacio para el desarrollo de los personajes. A pesar del elenco talentoso de estrellas jóvenes y veteranas, los personajes de esta secuela carecen de profundidad y evolución significativa. Muchos de ellos se sienten unidimensionales y poco memorables en su registro de descripciones. Son mostrados como seres desabridos, acartonados, ajenos a la sustancia, cuyas motivaciones y dilemas solo reproducen ciertos clichés del manual básico de ciencia-ficción para subrayar un comentario subyacente sobre los límites éticos del fanatismo religioso y la lucha de clases entendida como el poder del fundamentalismo como instrumento de insurrección contra la tiranía opresora. Incluso los protagonistas, como Paul Atreides, interpretado por un creíble Timothée Chalamet, no logran salir de la sombra de sus contrapartes literarias y parecen más bien figuras de acción carentes de cualquier rastro de complejidad. Zendaya está más que olvidable como la mujer malhumorada y fuerte que se independiza del dogma como agente feminista. Aunque reconozco que Austin Butler se roba unas cuantas escenas cuando emplea su expresividad para ponerse en la piel del perverso y sociopático Feyd-Rautha, alcanzando su punto de solvencia como un gladiador en la secuencia monocromática del coliseo de Giedi Prime. El compromiso físico que ellos demuestran para las escenas de combate es, por lo menos, un poco creíble.





La falta de fluidez narrativa se compensa con una estética de Villeneuve que construye el universo de Herbert con gran atención al detalle y, ante todo, con unos efectos visuales y sonoros que satisfacen mis sentidos por un buen rato. El clima de Arrakis es capturado, nuevamente, a través de unas panorámicas que acentúan el paisaje del planeta con el contraste que surge entre la tecnología avanzada de las naves gigantescas generadas por CGI y las atmósferas sórdidas que imprimen en cada plano las tonalidades sepias que iluminan los rostros de los nómadas análogos de uniforme negro en las escenas diurnas. Su pericia crea un tono atmosférico y sombrío en la construcción de escenarios enormes que juegan sus mejores cartas en el vestuario y los decorados futuristas. El sonido diegético también desempeña un rol fundamental para examinar los estados anímicos de los personajes, los monólogos intrínsecos con la voz en off y los ruidos de las naves y de las armas. Y es bastante acertada la forma en que Villeneuve de ilustra con subtítulos las barreras lingüísticas que separan a los extranjeros de los Fremen, así como el uso del primer plano y la prolepsis que ostenta el futuro lejano. Su enfoque a menudo adopta un estilo demasiado solemne que no logra añadir pulso emocional o algún significado profundo. Las secuencias de acción, aunque me resultan visualmente impactantes, no poseen tensión ni coherencia interna por la elipsis abrupta que ejecuta, supongo, para sintetizar algunas subtramas en la resolución del barullo.


Timothée Chalamet y Austin Butler. Fotograma de Warner Bros.


Más allá del exterior cosmético, no me parece otra cosa que una secuela banal de ciencia-ficción que, en efecto, reproduce las mismas ideas rebuscadas de otras franquicias de Hollywood que ni siquiera me molesto en mencionar porque cualquier espectador con materia gris sabe cuáles son. Me importa un bledo la Reverenda Madre que habla por telepatía con el feto de su hija; las pláticas de personajes woke; la ingesta de drogas para viajar a través del espacio y el tiempo; la clarividencia del elegido autoproclamado de ojos azules; el ataque de los gusanos gigantes; la megalomanía del villano gordinflón que levita y se baña en petróleo; la batalla final en la que los buenos, como siempre, derrotan a los malos con lecciones morales. En general, la propuesta no tiene alma ni sentimiento alguno detrás de la pomposidad visual y el metraje de relleno que está sobrando. Soy ajeno al presunto viaje inmersivo del mundo de las dunas. Todavía mantengo mis esperanzas con la ya anunciada Dune Messiah, pero si Villeneuve sigue aferrado a esta misma dirección, no dudo en que el autoplagio sea su arma de preferencia para generar las expectativas.


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Ficha técnica
Título original: Dune: Part Two
Año: 2024
Duración: 2 hr. 46 min.
País: Estados Unidos
Director: Denis Villeneuve
Guion: Denis Villeneuve, Jon Spaihts
Música: Hans Zimmer
Fotografía: Greig Fraser
Reparto: Timothée Chalamet, Zendaya, Rebecca Ferguson, Javier Bardem, Austin Butler, Josh Brolin, Florence Pugh, Stellan Skarsgård, Christopher Walken, Dave Bautista
Calificación: 6/10

Tráiler de Duna: parte dos







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