Crítica de la película «Días perfectos» (2023)

Días perfectos

En Días perfectos, el director alemán Wim Wenders recupera su poética de las ciudades para hablar sobre cuestiones bastante puntuales sobre el hombre de la sociedad posmoderna. No creo que necesariamente se trate de una de sus mejores películas, pero lo que observo en ella durante más o menos dos horas me atrapa, ante todo, por la forma en que Wenders, con mirada poética y una historia conmovedora, encuadra un drama sobre el desempleo, la soledad y las cosas bellas de la vida cotidiana que muchas veces se dejan pasar por alto por la esclavitud del salario, con una actuación formidable de ese gran actor japonés llamado Kôji Yakusho. En su argumento, Yakusho interpreta a Hirayama, un hombre de tercera edad que trabaja de día como un conserje especializado en limpiar de manera meticulosa los baños públicos en el exclusivo distrito de Shibuya en Tokio, mientras maneja por las calles de la ciudad en su camioneta azul y repite la rutina laboral que comienza al levantarse temprano en la habitación de su modesto apartamento en un barrio. La narrativa de este individuo me cautiva de inmediato porque es mostrado como un hombre solitario que ha perdido sus posesiones materiales, atrapado por el pasado que se fue, anclado a un ritual, que busca refugio en su trabajo como limpiador de baños para olvidar los duros golpes socioeconómicos ocasionados por el desempleo y el amor roto de la mujer que lo abandonó, pero, además, para contemplar el panorama urbano de la metrópoli que funciona como remedio para sonreír en los días grises que comienzan con su estructurada costumbre. En términos generales, la poca trama que hay se construye en el habitus de este singular personaje cuando dedica su tiempo libre a caminar por el parque, a oír las quejas del joven asistente que trabaja con él en la conserjería, a regar las plantas en su invernadero, a ir a la librería a comprar los libros que lee de Patricia Highsmith y Aya Kōda, a cuidar la sobrina que se ha fugado para visitarlo de sorpresa y, sobre todo, a escuchar música en su camioneta para apaciguar como buen melómano su pasión por los casetes de músicos legendarios. El asunto tiene cierta poesía visual, pero también un grado de melancolía y de intimismo que amplifica el desarrollo del personaje, supongo, para ilustrar un discurso filosófico sobre la felicidad de un hombre entendida como la libertad individualista que se halla en la negación del consumo, en las pasiones necesarias y en la simplicidad que ofrece la vida contemplativa. En ese sentido, la actuación de Yakusho me parece sumamente creíble cuando ejerce el silencio, la mirada y los gestos sutiles para interpretar a Hirayama como un señor honesto, humilde, reservado, de vena análoga, que limpiando retretes con su uniforme azul repara las heridas abiertas de un pasado marcado por la culpa, la desilusión matrimonial, las oportunidades perdidas y las disputas familiares (se entiende que proviene de una familia respetada cuando conversa con su hermana antes de abrazarla, pero dejó a su familia por la ruptura que tuvo con su padre), mientras rememora a través de los sueños los días perfectos en que era verdaderamente feliz y añade transparencia a su existencia por medio de un ascetismo calculado que le sirve para subsanar el dolor interior (a medida que se acerca el final habla más a menudo para manifestar su arrepentimiento). Me resulta emotivo verlo en el bar, lavando su ropa en la lavandería, montando bicicleta junto a la sobrina, mirando los árboles del parque, cenando en el restaurante de una propietaria chismosa, manejando la furgoneta por las avenidas, escuchando Perfect Day de Lou Reed. Wenders suele encuadrarlo en una puesta en escena que dimensiona ciertos valores estéticos que son fundamentales para ampliar la narración subjetiva del protagonista, entre los que se encuentra la elipsis de estructura, la música diegética, el uso proxémico del espacio, la relación de aspecto 4:3, la psicología del color, las panorámicas que captan el paisaje urbano de incomunicación que predomina en Tokio, casi como un homenaje al cine de Ozu. En su ejercicio de estilo poético es muy notable el uso del fundido encadenado y la sobreimpresión de algunos planos en blanco y negro para acentuar la profundidad psicológica que inunda los pensamientos del protagonista. Y por la parte sonora deja a mis oídos satisfechos con una banda sonora que incluye, a modo de leitmotiv, éxitos como The House of the Rising Sun de The Animals, Sunny Afternoon de The Kinks y Feeling Good de Nina Simone. Las letras de las canciones ocupan otro protagonismo, describen las sensaciones más intrínsecas. Y yo no puedo estar más que emocionado con lo que veo y escucho en su selección. Es una buena película del cineasta alemán.

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Ficha técnica
Título original: Perfect Days
Año: 2023
Duración: 2 hr. 04 min.
País: Japón
Director: Wim Wenders
Guion: Takuma Takasaki, Wim Wenders
Música: Variada
Fotografía: Franz Lustig
Reparto: Kôji Yakusho, Arisa Nakano, Tokio Emoto, Tomokazu Miura
Calificación: 7/10




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