Crítica de la película «El congreso» (2013)

El congreso
El congreso es una película en la que el director israelí, Ari Folman, profetiza ya el choque de la inteligencia artificial con la industria del cine, aunque apunta a una dirección diferente en su horizonte de sucesos. Su premisa de 2013 incluso vaticina lo que sucedería diez años después en pleno 2023 cuando los actores del sindicato SAG-AFTRA entraron en huelga para detener los planes de los estudios cinematográficos de Hollywood de emplear una tecnología de IA que permita escanear los cuerpos de los actores a cambio de una compensación económica y el beneficio de conservar los derechos de su imagen indefinidamente (esto para realizar películas generadas exclusivamente por IA). Al verla ahora no puedo dejar de pensar en semejante paralelismo con la vida real. Durante la primera mitad, Folman mantiene un tono inteligible que es terriblemente profético al explorar el impacto de la IA para suplantar la identidad de los actores, pero, desafortunadamente, su distopía de ciencia-ficción pierde el efecto de ingenio durante el viaje alucinógeno y surrealista sobre realidad virtual animada, donde ni siquiera Robin Wright es capaz de sacar de la inercia a una narrativa que parece repetirse inútilmente durante la segunda mitad. En la trama Wright interpreta a una versión ficticia de sí misma que vive con sus dos hijos en un hangar cerca del aeropuerto y atraviesa problemas financieros ocasionados, ante todo, por su reputación voluble que le impide obtener nuevos papeles en Hollywood. En una primera mitad, la narrativa muestra a Wright como una actriz con dificultades que se preocupa por la condición del hijo que tiene el síndrome de Usher y que gracias a su agente se dispone, además, a firmar un contrato con el perverso ejecutivo de Miramount Studios que tiene como objetivo comprar su imagen para digitalizarla en una versión animada por computadora, algo que acepta a regañadientes por la dificultad de encontrar trabajo como actriz, a pesar de que la cláusula estipula que está obligada a prometer que nunca volverá actuar. En la segunda se sitúa unos 20 años más tarde y presenta a Wright como una anciana actriz que es invitada a hablar en el "Congreso Futurológico" que se celebra en una ciudad que está construida como una utopía animada y surrealista, en la que el acceso a drogas alucinógenas concede a cualquier usuario la posibilidad de convertirse en un avatar animado de sí mismo o de famosos de la cultura popular, donde discute su nuevo contrato para que cualquiera pueda transformarse en ella y es testigo de una pesadilla distópica que está extraída de las raíces literarias de Stanislaw Lem. Si bien su arranque de metacine me interesa hasta cierto punto, por alguna razón en la parte animada me convierto en prisionero de una abulia que se prolonga, dicho sea de paso, por la ausencia de pulso emocional que hay detrás de las situaciones surrealistas y los clichés convencionales de ciencia-ficción que trasladan las acciones de la protagonista a las rutas previsibles que le restan ingeniosidad al asunto. En general, el desarrollo de los personajes es artificioso y casi no hay profundidad en los diálogos. En la superficie, Folman edifica un texto filosófico que puntualiza los dilemas ético-morales del uso de la inteligencia artificial (aunque nunca se emplea el término) para explotar la figura de los actores que es de por sí vigilada como producto por la policía de los estudios, aunque también interroga la dictadura del entretenimiento entendida como la manufactura de productos audiovisuales de realidad virtual que ejercen un control notable sobre los individuos que lo consumen como si fuera una droga para escapar de la dura realidad. Folman construye esto con una mezcla de live-action y un diseño de animación retrofuturista que me parece muy bonito cuando transcribe el viaje surrealista de Wright por mundos imaginativos creados por David Polonsky y Yoni Goodman, quienes trabajaron previamente con el director en la excelente Vals con Bashir. La partitura de Max Richter también eleva el tono de sordidez con su música melancólica. Y la actuación de Wright ofrece algunas escenas bastante creíbles cuando simula ser, con su amplio registro expresivo, una versión de sí misma atrapada por el dolor y la culpa. Esto es, digamos, lo único que me resulta orgánico más allá de ese barullo de ideas de ciencia-ficción que se disuelve en el aire como las nubes flotantes.

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 Ficha técnica
Título original: The Congress
Año: 2013
Duración: 2 hr. 02 min.
País: Israel
Director: Ari Folman
Guion: Ari Folman
Música: Max Richter
Fotografía: Michal Englert
Reparto: Robin Wright, Harvey Keitel, Danny Huston, Paul Giamatti, Kodi Smit-McPhee
Calificación: 6/10



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