Sin límites es una película de Neil Burger que yo evadí en el momento de su estreno ocurrido hace ya más de una década atrás, pero recuerdo que recaudó suficientes millones para satisfacer al público y, ante todo, desbloqueó un potencial de franquicia que el estudio de Lionsgate no supo capitalizar luego de lanzar una serie que fue cancelada después de una sola temporada. Tras ver sus escenas en menos de dos horas, razono lo necesario como para darme cuenta de que su premisa de ciencia ficción sobre la droga mejorada tiene un arranque atrapante, pero que, en el corto plazo, nunca rompe sus límites y pierde la dosis de suspense cuando frecuenta lugares comunes que, como un efecto secundario, la vuelven terriblemente aburrida, incluso con la presencia magnética que proyecta el carisma de Bradley Cooper. En la trama, basada en la novela
The Dark Fields escrita por Alan Glynn, Cooper interpreta a Eddie Morra, un escritor neoyorquino que pasa por una crisis personal después de terminar con su novia y chocar con la dura realidad impuesta por la falta de motivación que le imposibilitan escribir su libro a modo de bloqueo, pero cuyo destino, sin embargo, da un giro cuando recibe de su antiguo cuñado una extraño estimulante nootrópico que altera la capacidad del cerebro para poder funcionar al 100%, algo que utiliza de inmediato para recobrar su creatividad y la concentración. En un principio, la narrativa del escritor drogodependiente me interesa por la forma en que se muestra el concepto de la droga que mejora las habilidades cognitivas del individuo, pero al rato me doy cuenta de que no hay mucha sustancia detrás del asunto, sobre todo cuando las acciones de los personajes responden a fórmulas preconcebidas del género del thriller de ciencia-ficción que obstruyen su desarrollo más allá de las descripciones superficiales y la presunta complejidad de las pastillas, donde anticipo con facilidad el ascenso del protagonista en la esfera corporativa de Wall Street fruto de su precognición de los mercados; la adicción a las drogas que lo colocan en un estado perpetuo de desrealización; la asesoría al magnate que le garantiza el éxito en la burbuja capitalista; la persecución del asesino enviado para matarlo por saber demasiado; los días de fiesta que terminan en una resaca imposible; la colisión con los mafiosos que buscan apoderarse del químico para la distribución clandestina; la creación del laboratorio en un intento de aplicar ingeniería inversa a la droga. Todo lo que veo me resulta demasiado familiar entre saltos temporales y reuniones de negocio a puerta cerrada. Además de que la ausencia de ritmo solo debilita el pulso de los tiroteos, las peleas y las pocas secuencias de acción que suceden en menos de un minuto. La actuación de Cooper, no obstante, me parece algo creíble cuando utiliza su expresividad y su carismática personalidad para interpretar a un hombre astuto, atrapado por el vicio y la abstinencia, que necesita la droga para ser exitoso en el mundo profesional que exige ser competente para no quedarse atrás. A su lado Robert De Niro también luce convincente como el empresario inescrupuloso. Burger los captura en una puesta en escena que, dentro de sus limitaciones, al menos es algo correcta al implementar a menudo el plano de inserto, el sobreencuadre, el plano subjetivo, la iluminación artificial y los cambios de tonalidad (de fría a cálida) de la fotografía de Jo Willems para subrayar los estados alterados que atraviesa el protagonista cuando toma el suministro de la droga para ser alguien. Esas cualidades son las únicas cosas que me atrevo a resaltar de este thriller que desperdicia su concepto al transitar sin vértigo por las calles de otras franquicias similares.
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Ficha técnica
Título original: Limitless
Año: 2011
Duración: 1 hr. 45 min.
País: Estados Unidos
Director: Neil Burger
Guion: Leslie Dixon
Música: Paul Leonard-Morgan
Fotografía: Jo Willems
Reparto: Bradley Cooper, Abbie Cornish, Robert De Niro, Anna Friel, Andrew Howard
Calificación: 5/10
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