Crítica de la película «Bajos instintos» (1992)

Instinto básico

En Bajo instintos, Paul Verhoeven subvierte las nomenclaturas habituales del género neo-noir y, dicho sea de paso, recupera la poética de la impactante El cuarto hombre (1983), donde el sexo explícito, los giros retorcidos y la violencia grotesca adornan los escaparates de sus escenas, pero emula, además, la línea de thrillers eróticos que estaban de moda en Hollywood luego del boom establecido a finales de los 80 con Atracción fatal (Lyne, 1987). Luego de coquetear con ella durante años con visionados esporádicos en televisión por cable, sus imágenes me obligan ahora a razonar lo suficiente como para reconocer que, dentro de su marco de referencias, es un thriller erótico que en un principio me engancha con la actuación estelar de Sharon Stone como la femme fatale peligrosa y sensual, pero que, desgraciadamente, pierde toda su intriga policial con una trama efectista que se desvía por los atajos comunes de las mentiras, el sexo y el asesinato, donde pasada la primera hora me asalta la sensación de que las piezas del rompecabezas se resuelven con soluciones muy básicas que no dejan de parecerme previsibles. Su trama, escrita con un guion de Joe Eszterhas que durante años figuró como uno de los más solicitados de la industria, sigue la carrera de Nick Curran, un detective de la policía de San Francisco que, junto a su mejor amigo, investiga el caso de homicidio de una estrella de rock retirada y cuya principal sospechosa es Catherine Tramell, una escritora que escribe una novela que refleja a detalle las coincidencias del crimen. En términos generales, la narrativa empleada por Verhoeven permanece situada en una zona segura que, en su matriz de subversión, altera algunas de las convenciones de la fórmula detectivesca y opta, en su lugar, por mostrar a un detective que intenta resolver el caso mientras es manipulado detrás de las cortinas por una mujer calculadora que se esconde tras las páginas de su literatura para cometer los crímenes y tener una coartada perfecta. Los diálogos tienen cierta sutileza al utilizar el relato no iconógeno para ampliar la psicología de los personajes. Sin embargo, el problema radica en que, después de unos cuantos encuentros, las acciones de los personajes frecuentan los mismos lugares y, más allá de las descripciones obvias que establecen sus motivaciones personales, nunca escapan de los clichés regulares del género que se suelen omitir con unos golpes de efecto de último minuto que funcionan como una excusa trivial para subrayar el presunto misterio del detective que sospecha de la asesina aun sin tener las pruebas necesarias para su captura. El rastro de suspenso es lentamente suplantado por una serie de situaciones rutinarias que reducen el asunto de la investigación policial a las noches de sexo duro entre el policía obsesionado y la novelista sospechosa; las conversaciones a puerta cerrada en las oficinas de los policías ineptos; los asesinatos brutales que incriminan al detective. La gratuidad que hay detrás de las escenas eróticas y de la violencia explícita son solo mecanismos de explotación que son ejecutados por Verhoeven como una distracción para ocultar las debilidades narrativas y esquematizar tópicos sobre los celos, la obsesión y los impulsos posesivos que solo abren más preguntas que respuestas. Por lo menos, me parece bastante creíble la actuación de Stone como la rubia mitómana y perversa que calcula todos los pasos que da antes de matar a los hombres en la cama con el picahielo y usa el sexo como una especie de catarsis compulsiva para probar por sí misma los límites del riesgo y el placer erótico, alcanzando su punto de solidez en la icónica escena del interrogatorio en la que cruza las piernas y se fuma un cigarrillo mientras mira a los policías con una mirada seductora y arrogante. A su lado también hay una actuación correcta de Michael Douglas como el policía endurecido y torturado por su pasado. Ellos a menudo son encuadrados por Verhoeven en una puesta en escena estilizada que toma ventaja de atmósferas urbanas bien construidas por la lente Jan de Bont, que revela intenciones y sospechas con los puntos de iluminación y la elegancia compositiva de un par de planos. La música de Jerry Goldsmith seduce también mis oídos con una partitura que integra cuerdas inquietantes y sintetizadores para evocar el suspense psicológico y la ambigüedad moral. Estos elementos, en resumidas cuentas, son los únicos que permanecen en mi memoria una vez que terminan los créditos.

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Ficha técnica
Título original: Basic Instinct
Año: 1992
Duración: 2 hr. 07 min.
País: Estados Unidos
Director: Paul Verhoeven
Guion: Joe Eszterhas
Música: Jerry Goldsmith
Fotografía: Jan de Bont
Reparto: Michael Douglas, Sharon Stone, George Dzundza, Jeanne Tripplehorn, Leilani Sarelle
Calificación: 5/10




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