Crítica de la película «La invasión de los usurpadores de cuerpos» (1956)

La invasión de los usurpadores de cuerpos
La invasión de los usurpadores de cuerpos es una película de ciencia-ficción en la que Don Siegel rastrea la tendencia genérica de los años 50 que, en cierta medida, respondía a las advertencias políticas de los peligros atómicos y los males del comunismo que eran condenados por la caza de brujas como una amenaza que se propagaba como epidemia sobre la sociedad norteamericana, como ocurre en otras películas emblemáticas del género como Cuando los mundos chocan (Maté, 1951), La guerra de los mundos (Haskin, 1953), El mundo en peligro (Douglas, 1954) y El beso mortal (Aldrich, 1955). Lo que observo en ella en su edición Superscope me induce a razonar lo suficiente como para saber que, dentro de sus limitaciones, posee cierta originalidad en su premisa de terror de ciencia-ficción sobre extraterrestres, pero a menudo permanece situada en una superficie blanda como la piel que, desafortunadamente, nunca sale de la vaina para interrogar la paranoia posguerra del comunismo más allá de las obviedades, en una hora y cuarto que no me producen ninguna emoción significativa o alguna sorpresa que me arrastre a alabar esas virtudes que otros han encontrado en sus imágenes a lo largo de las décadas. Su trama, basada en la novela de Jack Finney, se ambienta en la ciudad ficticia de Santa Mira en California y sigue a Mike Bennell, un médico que se encuentra bajo custodia por la policía y, en medio de la desesperación frente a un psiquiatra, relata los acontecimientos que lo condujeron a ser arrestado antes de llegar al hospital psiquiátrico. Este detonante, que estructura la narración como un largo flashback, funciona como un catalizador de misterio que se solidifica en una serie de escenas que conducen al protagonista a investigar, como si fuera un detective, el extraño caso de unos pacientes que piensan que sus familiares cercanos han sido reemplazados por impostores idénticos, como si se tratara de una variante desconocida del síndrome de Capgras que debe estudiar en la ciudad junto a su novia sensible. Las escenas se reducen a las discusiones a puerta cerrada sobre cuerpos duplicados; los encuentros amorosos a la hora programada; las sospechas de la gente reemplazada que actúa en el pueblo sin ningún rastro de empatía humana; los miedos constantes de ser víctimas de una invasión alienígena de seres de otro mundo que poseen los cuerpos de las personas. El problema, no obstante, es que los personajes carecen de desarrollo porque, entre otras cosas, sus acciones solo tienen el propósito nimio de impulsar la trama y, dicho sea de paso, describir situaciones rutinarias que muchas veces están arregladas sobre una capa previsible que, además, deja muchas interrogantes sin responder en sus diálogos. Todo luce demasiado colocado para que el agente perseguido descubra la verdad de la invasión de los alienígenas que emergen de semillas en el invernadero antes de suplantar a las copias. El asunto, de igual forma, es utilizado por Siegel para subrayar un comentario subrepticio sobre la pérdida de la individualidad, entendido como la paranoia constante de un individuo que es absorbido por una masa que, en su síntesis colectiva, vigila a los que se niegan a permanecer fuera del aparato de conformidad. A modo subtextual, también puntualiza una parábola sobre el pánico anticomunista divulgado por el macartismo y la persecución de esos individuos rojos en lado izquierdo del espectro político. Al margen de estas metáforas, las actuaciones de Kevin McCarthy y de Dana Wynter ofrecen algo de credibilidad al captar con sus expresiones el estado de pavor de los personajes ordinarios que revelan un acontecimiento extraordinario, pero me parece que solo replican motivos sin ningún impulso emocional. Están encuadrados por Siegel en una puesta en escena que agrega algo de autenticidad por el uso adecuado del primer plano, el desencuadre, el fuera de campo, el sonido diegético, la iluminación expresionista, el plano subjetivo y los efectos especiales agregados sobre las atmósferas urbanas; además de que aprovecha una buena banda sonora arreglada por Carmen Dragon. Estos elementos se integran en la narrativa con cierta consistencia tonal, pero, desgraciadamente, no son suficientes para reemplazar la ausencia de escalofríos del encuentro cercano del tercer tipo.

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Ficha técnica
Título original: Invasion of the Body Snatchers
Año: 1956
Duración: 1 hr. 20 min.
País: Estados Unidos
Director: Don Siegel
Guion: Daniel Mainwaring
Música: Carmen Dragon
Fotografía: Ellsworth Fredericks 
Reparto: Kevin McCarthy, Dana Wynter, Larry Gates, Carolyn Jones
Calificación: 6/10



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