Crítica de la película «La senda del crimen» (1930)

La senda del crimen
La senda del crimen es una película pre-Code poco conocida de Archie Mayo que refleja, indirectamente, el esfuerzo temprano de Warner Brothers para establecer la nomenclatura de la fórmula del cine gansteril que le dio un impulso significativo al género durante los años 30 y, además, como una excusa para utilizar las posibilidades expresivas que ofrecía el sistema analógico de sonido de Vitaphone durante el nacimiento del cine sonoro. La copia de TCM que he podido ver durante una hora y cuarto me lleva a pensar que sus elementos establecidos sobre los estereotipos comúnmente asociados al cine de gánsteres serían ampliados más adelante en películas emblemáticas del género como El pequeño César (LeRoy, 1931), El enemigo público (Wellman, 1931) y Cara cortada (Hawks, 1932), pero ha caído en el olvido porque simplemente es una cinta inferior a todas ellas. Posee un arranque prometedor que se beneficia de roles notables de Lew Ayres y James Cagney, pero a menudo su drama criminal se vuelve aburrido, predecible, tropezando en lugares rutinarios que le quitan todo el efecto de fuerza a su crónica sobre el ascenso y caída de un gánster, donde me asalta la sensación de que hay cierta gratuidad en su guion. Su trama se ambienta en la ciudad de Chicago durante la era de la Ley Seca y sigue a Louie Ricarno, el líder despiadado de una pandilla de traficantes de cerveza que se convierte en el jefe del hampa de toda la ciudad al organizar un acuerdo con todas las pandillas para establecer una red de protección dentro de los límites territoriales, en un acto que trae una especie de tregua indefinida entre los jefes locales y un amplio margen de beneficios que lo conduce a ceder el control a su mejor amigo para luego retirarse a Florida con su mujer. En general, la narrativa de este gánster, que comparte paralelismos con la vida de Al Capone, se estructura bajo el manual básico del cine gansteril establecido previamente en La ley del hampa (Von Sternberg, 1927) con la finalidad, sospecho, de impulsar las acciones del criminal a través de los tiroteos con subfusiles Thompson guardados en estuches de violín; los diálogos a puerta cerrada entre mafiosos elegantes sobre la ambición desproporcionada; la camino exitoso del gánster que se niega a regresar al negocio turbio mientras escribe sus memorias; las infidelidades de la rubia cazafortunas que engaña al jefe con su mejor amigo; la traición de la mano derecha que miente a espaldas del jefe; las rivalidades entre las bandas que desatan una guerra en las calles ensangrentadas; la investigación de los policías que sospechan de los culpables de la ola de crímenes. Hay balaceras, persecuciones, intimidación, traiciones, violencia, asesinatos, venganza. Pero, desafortunadamente, los personajes carecen de desarrollo y permanecen situados en una capa superficial que, dentro de las debilidades del guion, solo cumplen una función inconsistente de descripción con el único fin de explorar las consecuencias éticas y morales de la vida del crimen. La actuación de Ayres, a pesar de que luce creíble en su registro expresivo, se siente un poco apresurada como el Napoleón del inframundo que pierde su imperio del hampa cuando se va a jugar golf. Cagney, por el contrario, está más enérgico en el breve papel secundario del gánster leal que habla rápido y mata con la mirada. Los dos son encuadrados por Mayo en una puesta en escena que, de manera inesperada, refleja con autenticidad la atmósfera turbia del mundo delictivo al utilizar con cierta eficacia el sobreencuadre, el primer plano, el plano medio, el sonido diegético y, ante todo, el uso de la elipsis para suplantar la violencia que se escucha fuera de campo. Estas propiedades expresivas se integran en la narración con una ambigüedad tonal que no glorifica el crimen organizado, pero, en última instancia, no logran añadir un grado adicional de realismo o emoción a las escenas.

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Ficha técnica
Título original: The Doorway to Hell
Año: 1930
Duración: 1 hr. 18 min.
País: Estados Unidos
Director: Archie Mayo
Guion: George Rosener
Música: Leo F. Forbstein
Fotografía: Barney McGill
Reparto: Lew Ayres, Dorothy Mathews, James Cagney, Robert Elliott
Calificación: 5/10



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