Crítica de la película «El cantor de jazz» (1927)

El cantor de Jazz
Mi interés por descifrar los comienzos de la historia del cine me ha conducido a ver una copia restaurada de El cantante de jazz, una película muda de Alan Crosland que es recordada hoy en día, entre otras cosas, por ser el primer largometraje en incorporar la sincronización de sonido, diálogo y música con el sistema Vitaphone en varias secuencias a lo largo de su metraje (si bien muchas películas sonoras anteriores tenían diálogos y sonidos en secuencias breves, todas eran cortometrajes de unos cuantos minutos). Fue producida por Darryl F. Zanuck en un período en que Warner Bros. estaba atravesando una crisis financiera que amenazaba con llevar el estudio a la bancarrota, pero que luego se solventó al ser un enorme éxito de taquilla que marcaría el preámbulo del cine sonoro y el epílogo del cine mudo. Lo que observo en ella tras pasar cerca de hora y media, me induce a pensar que es un filme mudo que tiene algo de alma con la presencia de Al Jolson cuando canta en algunos números musicales con el blackface, pero, en última instancia, sus proezas sonoras no son suficientes para impulsar el melodrama aburrido sobre tradición, estrellato y reconciliación familiar. En la trama, Jolson interpreta a Jack Robin, un talentoso cantante judío que, varios de años después de haber huido de su casa como producto de una disputa familiar con su padre ortodoxo, desafía las tradiciones familiares para convertirse en un cantante de jazz exitoso en los espectáculos de Broadway, mientras sus ambiciones a menudo se ven obstaculizadas por el conflicto de su familia y la herencia judía que rechaza para perseguir sus sueños. El dilema ético del apasionado protagonista, surgido por la ruptura paternal y la negativa de ser cantor de la sinagoga, tiene un componente melodramático que a veces me resulta interesante porque, dicho sea de paso, comparte ciertos paralelismos con los inicios del propio Jolson como actor de vodevil. La actuación teatral de Jolson mantiene un registro consistente que se refleja, con mayor ímpetu, en la escena en que cantan en el piano al lado de su madre, pero que, además, subraya su brío expresivo con los gestos físicos y la voz dinámica para cantar unas cuantas canciones que son algo contagiosas para mis oídos, entre las que se hallan "Toot, Toot, Tootsie (Goo' Bye)", "Mammy" y "Mother of Mine, I Still Have You". Su performance, aunque en la superficie perpetúa un estereotipo racista como una caricatura, le otorga cierta visibilidad a una cultura afroamericana que, francamente, era ignorada por el público blanco de aquel entonces. De igual modo, su interpretación metaforiza el compromiso de una minoría étnica inmigrante que asume una nueva identidad a modo de transculturación y se sacrifica para superar barreras que le imposibilitan tener los privilegios que no tuvieron sus generaciones previas. Pero el problema fundamental, al margen de la actuación parlante de Jolson o de las lecturas rebuscadas, es que la narrativa avanza a tropezones para solventar discordia familiar porque, en su usanza de obviedades, reduce las acciones de los personajes a una rutina previsible de encuentros en la casa y en el teatro de variedades, junto a la subtrama innecesaria del romance con la flapper. A resumidas cuentas, es una película muda un poco floja que, detrás de sus debilidades narrativas, solo consigo valorar por el logro técnico de las secuencias musicales y el uso del sonido de diegético que se manifiesta en los ruidos, los diálogos y las canciones sincronizadas más allá de los intertítulos. 

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Ficha técnica
Título original: The Jazz Singer
Año: 1927
Duración: 1 hr. 28 min.
País: Estados Unidos
Director: Alan Crosland
Guion: Alfred A. Cohn, Jack Jarmuth
Música: Louis Silvers
Fotografía: Hal Mohr
Reparto: Al Jolson, May McAvoy, Warner Oland, Eugenie Besserer
Calificación: 6/10



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