Tras pasar unos cuantos años sin escudriñar la filmografía de André de Toth, decido retornar a esta con el visionado de hora y media de La senda tentadora, una película de cine negro que en su época activó la alarma de pánico moral de las autoridades del Código Hays por tratar con cierta benevolencia el tópico del adulterio. Su premisa tiene cierta coherencia, pero estoy seguro de que pudo haber sido mejor, y en ocasiones me asalta la sensación de que, dentro de su rutina de obviedades, es una película de cine negro que a menudo pierde el efecto de intriga cuando reitera de forma previsible su trama lenta sobre chantaje, infidelidad y asesinato; quedando en un terreno demasiado higienizado que se limita a mostrar los personajes dentro del marco superficial de los estereotipos comunes del género. Su argumento narra el calvario de John Forbes, un agente de seguros que lleva una vida tranquila junto a su esposa y su hijo en un suburbio de clase media de Los Ángeles acomodado bajo los principios del American way of life, pero cuya existencia cae en un abismo cuando tiene una relación extramarital con una modelo atractiva a la que hace poco su compañía de seguro le pagó una indemnización y, además, es objeto de extorsión de un detective privado que también está obsesionado con ella. A partir de este catalizador, la trama se mantiene sujeta a una serie de situaciones predecibles y algo dúctiles que, desgraciadamente, carecen de giros de tuerca o de algún elemento de suspenso que amplifique el conflicto central más allá del asunto del adulterio que impulsa la trama a tropezones. Hay melodrama, chantaje, mentiras, peleas, disparos, asesinato. Pero la abundancia de gratuidad me quita el interés. Las motivaciones de los protagonistas me resultan vacuas y poco convincentes porque, dicho sea de paso, parecen repetir un radio de acción que se distribuye entre las escenas cotidianas en la casa de la familia norteamericana; los diálogos en el bar entre el marido infiel y la femme fatale casada con el estafador encarcelado; las conversaciones en la oficina sobre el caso; las peleas a puerta cerrada entre los hombres celosos. La actuación de Dick Powell es algo correcta cuando emplea su registro expresivo para encajar de nuevo en el estereotipo del hombre duro, cínico, íntegro, absorbido por la tentación, que es testigo de cómo su sueño americano se hunde en la infamia moral cuando le oculta a su esposa el episodio de infidelidad y luego de confesar deambula por las calles con el rostro de la culpa. Él tiene cierta química con Lizabeth Scott. Pero la interpretación de ella, en cambio, es mostrada como un accesorio cosmético al ponerse en la piel de una modelo indecisa y perversa a la que le falta complejidad psicológica. Lo mismo sucede con el resto del reparto de personajes desencantados. De Toth suele encuadrarlos en una puesta en escena mecánica que no posee tantos hallazgos visuales como pieza de cine negro pero que, de igual modo, agrega algo de consistencia al integrarlos sobre unos escenarios que captan la esencia de la cotidianidad de la clase media estadounidense desilusionada por el período posguerra, mostrando que, detrás de la comodidad arreglada y del trabajo rutinario, también se esconden problemas serios que debilitan la unión familiar. Su propuesta, no obstante, me deja completamente insatisfecho. Y salgo de ella preguntándome cómo una obra con tantas promesas pudo salir tan aburrida.
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Ficha técnica
Título original: Pitfall
Título original: Pitfall
Año: 1948
Duración: 1 hr. 26 min.
País: Estados Unidos
Director: André De Toth
Guion: André De Toth
Música: Louis Forbes
Fotografía: Harry J. Wild
Reparto: Dick Powell, Lizabeth Scott, Jane Wyatt, Raymond Burr
Calificación: 5/10
Duración: 1 hr. 26 min.
País: Estados Unidos
Director: André De Toth
Guion: André De Toth
Música: Louis Forbes
Fotografía: Harry J. Wild
Reparto: Dick Powell, Lizabeth Scott, Jane Wyatt, Raymond Burr
Calificación: 5/10
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