Crítica de la película «Candilejas» (1952)

Candilejas
Charlie Chaplin es un cineasta cuyo legado es innegable, pero incluso los grandes maestros tienen tropiezos. Candilejas es un ejemplo de cuando el genio creativo se pierde en su propio sentimentalismo, y tras pasar dos largas horas mirando sus escenas coincido con esos fantasmas que le otorgaron una recepción tibia cuando se estrenó inicialmente bajo una ola de boicots, en un período histórico en el que Chaplin era víctima de la persecución política fabricada por los burócratas del macartismo que le atribuían una supuesta simpatía por el comunismo. Francamente es una película que, pese a sus intenciones nobles, me resulta torpe y agotadora en su tragedia indulgente sobre la decadencia de un actor de teatro, que interpreta Chaplin como una versión ficticia de sí mismo, en la que el tono excesivamente melodramático incorporado me quita cualquier posibilidad de emocionarme con el material que veo en pantalla. La encuentro igual de soporífera que El señor Verdoux. El argumento se sitúa en Londres en 1914 y sigue la historia de Calvero, un cómico envejecido, alcohólico, deprimido, que encuentra una última oportunidad de redención cuando salva a una joven bailarina, Thereza, de un intento de suicidio. A partir de este detonante narrativo, la trama sigue el vínculo afectivo entre ambos, con Calvero intentando devolverle a Thereza la confianza en sí misma, mientras lidia con su propio declive y el inevitable paso del tiempo que condena su creatividad como payaso de teatro. El problema fundamental, supongo, es que Chaplin, conocido por su capacidad de combinar comedia y tragedia con cierta sofisticación, aquí se inclina demasiado hacia una zona sentimental que, desafortunadamente, suspende a los personajes (incluyéndose él mismo) en una rutina de situaciones que se siente hinchada entre los monólogos filosóficos sobre la vida, las reflexiones sobre el arte, los recuerdos melancólicos del pasado, los sueños perdidos, los performances en el escenario teatral, el melodrama novelesco de la bailarina que confiesa una y otra vez su amor por el artista borracho. Los diálogos tienen cierta vocación por la poesía. Pero da igual que el asunto sea autobiográfico cuando transcribe la desdicha de Calvero como una parábola de la pérdida de popularidad de Chaplin. La tragicomedia romántica se prolonga demasiado. Y el componente dramático nunca llega a alcanzar la profundidad emocional que parece buscar, como si Chaplin estuviera más interesado en sermonear que en contar una historia con fluidez. La falta de química entre Chaplin y Claire Bloom, en su contraste generacional, carece de cualquier rastro de autenticidad cuando interpretan a figuras de dos mundos completamente diferentes, forzados a coexistir sin una conexión genuina. Para empezar, Bloom funciona como interés romántico, y también como un accesorio cosmético que tiene su pequeño instante de brillo solo en las secuencias de danza. Chaplin demuestra, al menos, la pericia física que posee para agregarle originalidad a los gags con sus gestos y la pantomima que rememora los viejos tiempos, a pesar de que tengo la sensación de que su actuación como el payaso fracasado se repite inútilmente en las escenas en que habla más de lo necesario para sacar su carta narcisista y darle motivación a la amada bailarina de porcelana. De igual modo, la estética de Chaplin no está tan finamente ajustada como en sus obras maestras, pero me atrevo a decir que, en ocasiones, juega con algunos hallazgos interesantes como el travelling, el sobreencuadre, la analepsis, la música diegética, los decorados que acentúan el espectáculo del teatro y, ante todo, una secuencia humorística bastante emblemática en la que muestra, en el acto del clímax, la única vez que colabora en escena con Buster Keaton. Por lo demás, su película sufre de un ritmo errático y, en su búsqueda de nostalgia fácil, me pide a gritos que derrame alguna lágrima por su registro de patetismo. Sin embargo, todo luce fuera de lugar. Ni lloro ni me río en su epílogo arrastrado.

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Ficha técnica
Título original: Limelight
Año: 1952
Duración: 2 hr. 17 min.
País: Estados Unidos
Director: Charles Chaplin
Guion: Charles Chaplin
Música: Charles Chaplin
Fotografía: Karl Struss
Reparto: Charles Chaplin, Claire Bloom, Nigel Bruce, Sydney Chaplin, Buster Keaton
Calificación: 5/10

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