Tras pasar algunos años sin examinar el cine del olvidado director John Cromwell, regreso a su filmografía con el visionado de hora y media de
Maldita mujer, una película de cine negro en la que Humphrey Bogart, como era habitual, interpreta a ese estereotipo de veterano en el período de la posguerra, pero con una vena detectivesca que es muy similar a su papel de Phillip Marlowe en
El sueño eterno (Hawks, 1946). La impresión que me llevo de ella me garantiza un rato disfrutable porque, a decir verdad, es una película de cine negro que retiene su pulso de intriga con la presencia dura Bogart y unos diálogos afilados que dimensionan su capa fatalista sobre el deber, la confianza y el asesinato. En la trama Bogart interpreta a Warren "Rip" Murdock, un capitán retirado de la unidad de paracaidistas que entra a una iglesia para confesar al padre los pecados relacionados a su pasado cuando es perseguido por unos matones, donde revela su investigación para resolver el crimen de un amigo muerto que rechazó una condecoración y, además, cae seducido ante los pies de una cantante de club nocturno que está vinculada al caso de asesinato porque sabe demasiado. En términos generales, la narrativa se estructura sobre un largo racconto que sirve como una base del conflicto para colgar los estereotipos comunes que se asocian al film noir desde las escenas que se distribuyen entre el tipo duro con el pasado que hace de detective para resolver un crimen; la mujer fatal que tiene segundas intenciones antes de seducir con su voz ronca al hombre equivocado; los gánsteres que chantajean para salir limpios de las circunstancias siniestras. Las escenas poseen un grado notable de tensión porque, dicho sea de paso, las situaciones inesperadas se guardan como las balas de una pistola en los espacios cerrados, y las acciones de los personajes se resuelven con unos diálogos que arman el complejo rompecabezas sobre chantaje, cartas codificadas y armas incriminatorias. El suspenso del guion funciona adecuadamente. El rastro dialógico esconde, de igual modo, unos giros que me toman por sorpresa cuando sacan a la luz los recovecos de una trama que sirve como vehículo de lucimiento para Bogart. La actuación de Bogart es lo que me mantiene pegado del asiento cuando asume el rol de un héroe de guerra astuto, cínico, solitario, desconfiado, que es reintegrado a la sociedad mientras está atrapado entre las experiencias traumáticas de la guerra que tuvo junto al amigo fallecido (con un posible trasfondo homoerótico que lo llevó a cuestionar su propia virilidad sobre las mujeres) y el caso de asesinato que se dispone a resolver como si estuviera poseído por el alma de un detective al servicio del deber. Los diálogos chandlerianos de Bogart son como las balas de una pistola a punto de dispararse. Y la actuación de Lizabeth Scott, del mismo modo, es bastante convincente cuando utiliza la mirada y los gestos de su rostro para ponerse en la piel de una
femme fatale sinuosa que hunde a los hombres que seduce con el verbo, los besos y un par de lágrimas guardadas en la cartera. Con esta pareja, Cromwell eleva el suspenso por lugares escalonados y, ante todo, codifica la psicología interna de los personajes con herramientas estéticas como el primer plano, la iluminación expresionista y los movimientos sutiles de cámara que añaden algo de elegancia a su uso del encuadre móvil. La música de Marlin Skiles también me resulta funcional en los momentos de mayor suspense. El clímax, en el que Bogart y Scott discuten en el coche en medio de la noche lluviosa que anuncia la tragedia, es más que suficiente para darme cuenta de que, dentro de sus fórmulas integradas, es una buena película de cine negro.
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Ficha técnica
Título original: Dead Reckoning
Año: 1946
Duración: 1 hr. 40 min.
País: Estados Unidos
Director: John Cromwell
Guion: Oliver H.P. Garrett, Steve Fisher, Allen Rivkin
Música: Marlin Skiles
Fotografía: Leo Tover
Reparto: Humphrey Bogart, Lizabeth Scott, Morris Carnovsky, Marvin Miller
Calificación: 7/10
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