Crítica de la película «La semilla del fruto sagrado» (2024)

La semilla del fruto sagrado
En La semilla del fruto sagrado, Mohammad Rasoulof recupera su poética de la represión, desde el exilio, para interrogar una vez más la férrea estructura del régimen teocrático iraní que censura libertades civiles y sistemáticamente viola derechos fundamentales de las mujeres. A menudo se extiende un poco más de lo necesario en su metraje de casi tres horas, pero no deja de parecerme interesante la manera en que Rasoulof, con estética densamente ajustada y carácter de urgencia, encuadra un thriller político cautivador sobre la injusticia y la opresión sistemática de las mujeres castigadas por las autoridades iraníes; donde el material de denuncia social, incluso cuando atraviesa pequeños momentos reiterativos, siempre mantiene el pulso efectivo por las interpretaciones del reparto. La trama se ambienta en Teherán y sigue la existencia de Imán, un funcionario del gobierno que trabaja como abogado y que, en medio de las revueltas políticas, desciende a una paranoia interminable cuando pierde una pistola asignada que debilita el vínculo familiar que sostiene con su esposa Najmeh y sus dos hijas, Rezvan y Sana. En una primera mitad, Rasoulof muestra la rutina de Imán como un hombre apegado a la ética del deber que, desde el secretismo, espera ser promovido al cargo de juez de instrucción y aprueba en su oficina las sentencias que le entregan sus superiores de los presos condenados a muerte; mientras Najmeh, Rezvan y Sana aprovechan la ausencia de este para ser testigo, a través de las redes sociales, de los disturbios políticos ocasionados por mujeres valientes que se quitan el hiyab para denunciar la brutalidad que la policía religiosa islámica. En la segunda, presenta el declive moral de la familia iraní que empieza a manifestarse cuando la pistola desaparece hasta el punto en que Imán, atormentado por firmar centenares de condenas a muerte a diario, se vuelve paranoico y desconfiado mientras su esposa y sus dos hijas desafían su autoridad a modo de rebelión. Las dos mitades funcionan adecuadamente porque Rasoulof, en sus apuntes narrativos, desarrolla con sobriedad las motivaciones de los personajes y, entre otras cosas, utiliza los diálogos para reflejar la psicología intrínseca que lentamente exterioriza las dudas que ellos tienen a puerta cerrada. Esta dinámica familiar, que conjunta el thriller y el drama, es utilizada por Rasoulof para esquematizar, en su síntesis discursiva, un comentario sociopolítico sobre las injusticias y las consecuencias de la violencia contra la mujer, pero entendido ahora desde la óptica de un burócrata adoctrinado que reprime las sensibilidades feministas de su esposa y de sus dos hijas para defender de forma irracional la ética doctrinal del radicalismo islámico que gobierna la sociedad iraní con mano dura. Esto es específicamente cierto en el tercer acto, donde Imán se despoja de la poca humanidad que le queda para agredir y encarcelar a su esposa y sus hijas hasta que revelen la verdad sobre la pistola escondida. La pistola aquí no es más que un instrumento sígnico que metaforiza la violencia de la dictadura, y, además, la única alternativa de las mujeres para exigir su libertad (el arma de las mujeres oprimidas es, en efecto, su fuerza de voluntad para resistir hasta el final, como la higuera que simbólicamente envuelve las ramas del árbol). En este sentido, encuentro un trato bastante orgánico en las actuaciones de Soheila Golestani, Mahsa Rostami y Setareh Maleki como las mujeres que luchan contra el dominio patriarcal. También me parece creíble la de Missagh Zareh como el padre autoritario que cae en el abismo al adoptar medidas draconianas sobre las únicas mujeres que integran su familia. Este reparto es encuadrado por Rasoulof en una puesta en escena que se destaca, ante todo, por el uso notable de los espacios herméticos, la iluminación natural, la música extradiegética y el sobreencuadre que, en ocasiones, adopta el enfoque de un documental al mostrar las imágenes reales capturadas con teléfonos móviles de las sangrientas protestas en las calles de Teherán. No creo que se trate de lo mejor de su filmografía, pero desde luego, posee una tensión que nunca me despega de la pantalla cuando subraya la grave situación del país a través de los ojos de una familia desintegrada.

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Ficha técnica
Título original: The Seed of the Sacred Fig (Dane-ye anjir-e ma'abed)
Año: 2024
Duración: 2 hr. 46 min.
País: Irán 
Director: Mohammad Rasoulof
Guion: Mohammad Rasoulof
Música: Karzan Mahmood
Fotografía: Pouyan Aghababayi
Reparto: Mahsa Rostami, Soheila Golestani, Setareh Maleki, Missagh Zareh, Niousha Akhshi
Calificación: 7/10

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