Corazón de caballero es una película de Brian Helgeland a la que me acerco, dicho sea de paso, para completar aquellos visionados esporádicos que me proporcionaba cuando la solían pasar en televisión por cable hace ya más de dos décadas. Lo único que alcanzo a recordar de aquellos años era que fue exitosa en la taquilla y, además, lanzó a Heath Ledger al estrellato cuando Hollywood vio su potencial desbloqueado. Pero ahora, tras consumirla en unas dos horas, salgo con la sensación de que no me dice nada que no haya visto antes con mejores resultados. Su cuento medieval ofrece algunos instantes de heroísmo con la presencia de Ledger como el caballero del pueblo, pero, desafortunadamente, la trama es irremediablemente cursi y nunca se toma la molestia de salirse de la zona de confort aburrida de duelos, prejuicios y amor. El argumento, basado en una parte de Los cuentos de Canterbury que escribió Geoffrey Chaucer, se sitúa durante la Edad Media en el siglo XIV y tiene como protagonista a William Thatcher, un escudero campesino que, luego de la muerte de su amo, se hace pasar por un caballero de la nobleza para cumplir su sueño de competir en torneos de justas con el apoyo de sus amigos, mientras derrota en su caballo a varios contrincantes y, en medio de los elogios, también se enamora de una damisela llamada Jocelyn. En general, la narrativa se esquematiza sobre la fórmula básica que mezcla la comedia romántica con la aventura histórica de carácter deportivo, donde el deportista, que ahora asume el papel de un caballero, supera varios obstáculos antes de alcanzar la gloria y el respeto venciendo al villano de turno. El problema que encuentro, desde el principio, es que los personajes carecen de un desarrollo pleno y, por lo regular, ejecutan acciones superfluas que se reducen habitualmente a situaciones predecibles que se montan sobre los duelos, las conversaciones cutres y el romance a puerta cerrada. Casi no hay gancho en el conflicto principal. Las escenas me resultan un poco convencionales. Y permanezco abatido por una abulia que no se me quita ni siquiera cuando veo los combates de justas en el que el caballero elegido, montado en su caballo y con lanza en mano, vence con facilidad a los oponentes para ganarse la aclamación del público; el idilio que surge entre la princesa y el caballero que oculta su nombre; el presunto alivio cómico del equipo que prepara la armadura y las armas para el caballero; la villanía del rival envidioso y prejuiciado que solo cumple con la función descriptiva de ser el malo estereotipado del asunto. Los clichés me impiden encontrar hallazgos discursivos en sus obvias metáforas sobre clase, honor y redención, que se coloca en la superficie sobre los antiguos torneos de justas que, según los historiadores, eran una forma de demostrar habilidades y posición social durante el medievo. A pesar de todas mis quejas, admito que Ledger muestra cierto grado de confianza cuando interpreta a William como un hombre enamoradizo, determinado y valiente que compite para conquistar el corazón de la dama, demostrando además su pericia física para algunas escenas arriesgadas. También descubro que Paul Bettany, como secundario, se roba unas cuantas escenas cuando interpreta, con humor y diálogos irónicos, a una versión ficcionalizada del propio Chaucer. Con todo el reparto, Helgeland consigue una reproducción fabulesca de la época medieval que compensa sus debilidades con el vestuario y los escenarios medievales, además de colgar en algunas escenas una molesta selección de música anacrónica que reproduce en su banda sonora canciones populares de rock de David Bowie, AC/DC y Queen. Estos elementos pretenden ser llamativos en su capa de obviedades, pero nunca logran levantar del suelo a este relato acartonado sobre las tradiciones de la caballería.
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Título original: A Knight's Tale
Duración: 2 hr. 12 min.
País: Estados Unidos
Director: Brian Helgeland
Guion: Brian Helgeland
Fotografía: Richard Greatrex
Reparto: Heath Ledger, Mark Addy, Rufus Sewell, Shannyn Sossamon, Alan Tudyk, Paul Bettany, Bérénice Bejo
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